«Esta tarde al presidir la Eucaristía comparto con vosotros los sentimientos por la muerte de nuestro querido hermano sacerdote Don José Ramón. Oramos en la esperanza de la vida eterna, proclamando: "Creo en la vida eterna". Con la confianza en Cristo creemos que Dios no nos abandona más allá de la muerte. Este es nuestro consuelo: "Sé que mi Redentor vive. Yo mismo lo veré y contemplarán mis ojos". A la luz de esta certeza, es más fácil alentar nuestra esperanza en la peregrinación terrena entre el dolor y la alegría, el ánimo y la decepción, buscando ver la gloria del Señor que venció definitivamente la muerte con su resurrección. Aguardamos la salvación definitiva, sabiendo que el amor de Dios es más fuerte que la muerte. Nada nos podrá separar del amor de Dios.
La
vida es un adviento que vivimos mientras esperamos la gloriosa venida de
nuestro Señor Jesucristo a cuyo misterio hemos de abrirnos responsablemente,
superando nuestra ceguera humana. El Señor viene con la paz y nos trae la vida.
Una vida libre de toda limitación para poder gozarla con ojos nuevos, los de la
fe como se nos indica en las lecturas que acabamos de escuchar. ¡Qué ocasión
tan propicia para analizar nuestra fe! Mientras tanto, la muerte se desliza
como una fina sombra sobre nuestra vida terrena hasta obscurecerla, pero
"la misericordia del Señor no termina y no se acaba su compasión... El
Señor es bueno para los que en él esperan y lo buscan”. Nuestra existencia
tiene un destino que no se identifica con la oscuridad de la muerte. Desde que
Cristo "gustó la muerte para bien de todos", ésta ya no es un muro donde
todo se rompe, sino que se ha convertido en un paso para participar en la vida
que no tendrá límite. Jesús resucitado nos indica que nuestro destino es el suyo.
Nuestro hermano sacerdote vivió con esta confianza su misión sacerdotal. Dios
ya transformó su aliento mortal para hacerle participar de la vida que no tiene
término. "La vida terrena es continuo duelo; vida verdadera la hay sólo en
el cielo. Permite, Dios mío, que viva yo allí. Ansiosa de verte, deseo
morir", dejó escrito Santa Teresa de Ávila. En la certeza de la fe no perdemos
a las personas, las confiamos a Dios y las dejamos recogidas bajo su cuidado
paternal. En la muerte no domina la nada, sino la presencia victoriosa de
Cristo.
Don
José Ramón fue una persona de afectos silenciosos, generosa y bondadosa que
vivió el ministerio sacerdotal con gran disponibilidad. Trató siempre de estar
a la escucha de la verdad, guiándose por las palabras de Jesús:
"Santifícalos con la verdad. Tu palabra es la verdad" (Jn 17,17).
Testimonió el gozo de ser sacerdote afrontando los signos de los tiempos desde
la fe y desde la caridad pastoral. En fidelidad a Dios y a la Iglesia, sirvió a
los demás en las distintas misiones que la Iglesia diocesana le encomendó en
las parroquias de San Juan Apóstol de Santiago, de Maniños, Villar, Andrade,
Santa María de Castro y Santiago de Pontedeume. Participó en la Gran Misión de Buenos
Aires. Ha sido Miembro del Consejo Presbiteral y del Colegio de Arciprestes.
Esta tarde pedimos que el Señor le haya hecho participar de su gloria, y a la
vez honramos su memoria en la memoria de Cristo muerto y resucitado.
"Todos los seres humanos tenemos vocación última de resucitados". Sobre
nosotros gravita el misterio: un misterio que lenta y dolorosamente va arrancándonos
de nosotros mismos. Nuestra espera de la resurrección y de la vida eterna tiene
como único fundamento fiable a Jesucristo, en quien Dios mismo nos abre la
realidad de una vida resucitada como la suya.
Damos
gracias a Dios por haber dado a la Iglesia este servidor bueno y fiel. Para él nuestro
agradecimiento se hace oración humilde y sencilla. De su testimonio nos llega
la llamada a estar vigilantes como centinelas que esperan a que el Señor
vuelva. Le encomendamos a la misericordia de Dios. Doy gracias a todos los que
le acompañasteis con el afecto y la gratitud en su vida y habéis querido
testimoniarle hoy vuestra amistad. Ahora continuamos la celebración de la
Eucaristía, Sacrificio que proclama la victoria de la Vida sobre la muerte, y
de la Gracia sobre el pecado. A la misericordia de Dios nos acogemos. Amén.»
D. Julián Barrio, arzobispo de Santiago
Homilía en la Misa funeral por D. José Ramón Cascón
Raposo.
Viernes 3 de diciembre de 2021.